En Defensa de la Innovación

Este artículo apareció en la columna Realidades de periódico Noroeste el 27 de mayo de 2016.

La innovación es la respuesta a los problemas complejos. Ahora resulta que para lograr diferenciarse en el contexto actual, todos los esfuerzos exitosos son en realidad proyectos de innovación (siempre ha sido así pero, como ahora es tendencia, hoy todos hablan de innovación). Ya no se trata sólo de lograr algo más rápido o más barato y, definitivamente, no se logra a través de procesos normales. La innovación es la creación de valor, a través de formas nuevas o diferentes, ya sea el desarrollo de productos o servicios, los procesos que seguimos para lograrlo, las formas en las que hacemos negocio, las plataformas en las que interactúan las personas o hasta organizaciones enteras. Podríamos debatir si la innovación sucede porque las personas y los equipos son los ideales o sucede porque el entorno en el que viven las personas permitió o hasta promovió la innovación. De cualquier forma, para la innovación se necesitan personas excepcionales.

Yo creo que para la innovación se necesita (y las personas excepcionales tienen) creatividad adaptativa, estómago de acero y una vibra inspiradora — ingredientes básicos para crear cualquier cosa que valga la pena.

Simplificando las cosas, creatividad es crear. La diferencia principal entre creatividad e innovación, es que la innovación tiene un propósito definido y la creatividad significa destapar la imaginación descontrolada. Creatividad es generar muchas ideas, buenas y malas, así sea viendo escenarios desde diferentes puntos de vista, descubriendo patrones o generando nuevas conexiones entre ideas existentes. Suponiendo que nos consideramos personas creativas, después de entrenar los músculos, la generación de ideas se vuelve sumamente fácil. Y, aunque creatividad e innovación no es lo mismo, la creatividad es una característica del proceso con el que se logran las innovaciones.

Ahora, ¿es necesario ponerle un apellido a la creatividad? Sí, porque no es lo mismo generar ideas admirando una fotografía que no se mueve que con las manos adentro de algo que está vivo. Estamos hablando de negocios y, por lo tanto, eso que está vivo son personas, estructuras y organizaciones.

Hay que conocernos muy bien, extremadamente bien, a nosotros mismos, a nuestro equipo, a nuestra organización, a nuestro cliente y a nuestra industria. Y sobre todo, hay que conocer cosas del exterior para poder hacer conexiones. entre todo tipo de ideas (cosa que los diseñadores conocemos como sintetizar y conceptualizar). Por eso, y aunque se trate de una persona o se trate de mil, se necesitan muchos ojos y muchas mentes para innovar. Además, se necesita explotar la capacidad de producir cosas andando. Se necesita ser capaces de reflexionar, probar y ser flexibles en el camino. Y saber cómo y cuándo generar ideas, clasificarlas, evaluarlas, ejecutarlas y hasta matarlas. Para innovar hay que ser obsesivos con los detalles más pequeños, al mismo tiempo que tenemos una visión fluida de todo lo que nos rodea, del pasado, del presente y del futuro, incluidas todas las posibilidades (y hasta los universos paralelos).

Los negocios no son como el ajedrez (¡ojalá fuera tan fácil!). Las empresas, mientras compiten, no están en silencio esperando su turno para ejecutar el siguiente ataque. No todos jugamos el mismo juego (y mucho menos empezamos con el mismo número de piezas), esa es la naturaleza de las industrias. Las empresas están vivas, tienen una marca o imagen que mantener (y comunicar) hacia afuera, mientras que hacia adentro son en realidad una red de personas con sus propios intereses e ideas conectadas (o completamente fuera de control). Como diría mi papá, “no es lo mismo un cirujano operando el corazón de un paciente que un mecánico arreglando un carro con el motor apagado”. Ojalá pudiéramos detener el tiempo cada vez que quisiéramos, para tener siempre una mente fresca e imaginarnos cómo cambiar el mundo. En la vida real hay que cambiar el mundo (o al menos nuestro negocio) al mismo tiempo que lidiamos con el día a día. Cuando hay que diseñar constantemente algo que está vivo, que tiene sus propios intereses, costumbres y defectos, es cuando eso de “creatividad es crear” se convierte en un tema complejo. La generación de ideas tiene que adaptarse al cliente, al equipo, a la empresa y a la industria, al mismo tiempo que sigue en movimiento. Eso precisamente, es Creatividad Adaptativa.

Vamos a suponer que ya entendimos que hay que cambiar la forma en como producimos y entregamos valor. Ya encontramos la razón de ser de nuestro proyecto. Ya imaginamos lo que queremos ser, cómo queremos estar y sobretodo, algunas caminos posibles para lograrlo (reconociendo primero, obviamente, en dónde estamos parados). La creatividad siempre tiene un fin, y entonces ya es hora de liberar el poder de la creatividad. La creatividad existe para hacer realidad el propósito, frente a estructuras que ya existen (y que crecieron torcidas) y lo nuevo siempre da miedo. El extraño que llega con sus ideas regularmente se percibe como demasiado arriesgado o tan loco que no tiene sentido. Entender que la innovación es una necesidad, significa que reconocemos que lo que sea que estemos haciendo no es suficiente. Y para lograr la innovación, casi siempre hay que transformar las empresas. ¿Cómo le haces para defender la creatividad (y él propósito) mientras seguimos andando? ¿Cómo le haces para que esas poquitas chispas de buenas ideas se impongan ante estructuras rígidas llenas de intereses?

Para la innovación exitosa, el propósito esta primero. Hay que ser guerrilleros y renegados, luchadores incansables por romper el status quo. La mejor clase de liderazgo que he recibido, específicamente para temas de innovación y transformación empresarial, es: “si puedes inspirarlos, inspíralos; si no, hay que manipularlos”. Más de 10 años estudiando (y queriendo vivir) el tema de innovación, me han ensañado que la parte más difícil está en la ejecución, no en la estrategia o el plan. Cualquiera hace planes, ya que tenemos que convencer a las personas para implementar, ejecutar y aprender de una estrategia de innovación, es cuando se pone compleja la cosa. No hay manuales, no hay guías y en ningún lado está escrito cómo se hace (y he leído cientos de libros al respecto). Aunque los mejores consejos que he encontrado son:

  • mantener siempre una estructura alineada a una visión estratégica, todos consientes y convencidos de lo que queremos hacer),
  • conseguir líderes apasionados (o igual de locos que uno) y defender la comunicación efectiva de forma incansable,
  • cuidar la inercia que se logra con el cambio (una cosa lleva a la otra y de pronto eres una empresa sumamente ágil),
  • dejar de diseñar productos y hacer planes y empezar a diseñar la cultura (sólo así se logra que la innovación se contagie y suceda por sí sola),
  • crear herramientas para probar cada elemento que valga la pena y entender el plan como algo que también está vivo,
  • y sobre todo, aprender que para innovar hay que ser ágiles, flexibles y con ganas de asumir riesgos.

Nada de esto se logra en completa felicidad, el propósito es más grande que las personas y en eso hay que ser tajantes. La innovación se defiende, y lo logras tomando las decisiones difíciles con estómago de acero.

Ahora vamos un poco al principio, hablando estrictamente de negocios, las empresas son redes de personas. Cada una con sus propios intereses y su propia historia. Las personas forman equipos y los equipos forman equipos más grandes. Los equipos también tienen intereses e historias en común. Se ejecutan los proyectos y se logran resultados, moviendo a las personas y moviendo a los equipos. No hay que hacer todo solos, hay que conseguir quién nos ayude a hacer las cosas. Es a través de las personas como conectamos hacia afuera de la empresa, hacia otras empresas, hacia la comunidad y hacia los clientes. El valor que entregamos es un tema de percepción, y son todas esas personas las que perciben y le asignan un valor a lo que hacemos.

El ultimo ingrediente, el que contagia, aunque parece fácil es el más abstracto de los tres. Todos tenemos un propósito en la vida. Todos. Y estoy segura que trabajar detrás de un propósito sin chiste, y que no nos apasiona, no tiene sentido. Ese es el secreto mejor guardado de algo que es trascendente. Hay que luchar por encontrar el propósito de lo que hacemos y después luchar por imprimirlo y defenderlo en todas las cosas que hacemos. Aunque parezca demasiado infantil, la planeación estratégica bien desarrollada empieza en el propósito: ¿para qué estamos aquí?, ¿cómo queremos ser?, ¿hacia donde queremos llegar?, ¿cómo se relacionan nuestros equipos?, ¿en qué proyectos estamos trabajando? y ¿cómo aterrizamos esas respuestas en la operación de todos los días? Claro que el usuario siempre está en el medio de todas esas preguntas: ¿quiénes son nuestros clientes?, ¿qué están buscando?, ¿cómo llegamos a ellos?, ¿cómo nos relacionamos?

Yo no sé por qué se enseña ejecución y después el propósito, como si lo último fuera la cereza del pastel (es al revés). Los seres humanos estamos hechos para conectar con personas y las personas usan sus historias (y su vulnerabilidad) para conectar. Sorpresa: no hay una formula secreta, no hay un molde, no hay un líder igual que otro, nadie nace con una sonrisa perfecta y una mente mágica para inspirar, conectar y empujar a un equipo hacia la transformación (tampoco hay escuelas de líderes inspiradores). Hay personas que encuentran su propósito y luchan por él, y que tienen buenas intenciones, y que están dispuestos a compartir. Esas personas llenas de empatía que se atreven a conectar con con otras personas (y que, otra vez, regularmente tienen buenas intenciones), contagian buena vibra. Y las tribus nos gusta ir detrás de personajes que conectan con nosotros, y a los que les sentimos una vibra inspiradora.

La innovación nace en el estómago, son las ganas de hacer las cosas mejor y con las tripas lo suficientemente valientes para tomar decisiones arriesgadas, mientras se mantiene viva la pasión. Las competencias necesarias para desarrollar un perfil innovador se van coleccionando, son el resultado de la ejecución de proyectos (de mu-chos proyectos). La innovación se aprende haciendo y quien diga lo contrario esta mintiendo. Tenemos que romper esos sistemas que nos hacen creer que todo es un proceso sistemático y que haciendo lo mismo podemos ser diferentes (las escuelas, las empresas, los gobiernos y todo lo que se ponga en el camino). Mientras luchamos para romper esos sistemas, debemos de luchar para desaprender, debemos de luchar para ser intuitivos otra vez. En esto, somos responsables de nuestro propio aprendizaje. No nos queda otra alternativa. Debemos de aprender de empatía y observación. Aprender a conocernos a nosotros mismos y aprender a conocer a las demás personas. Debemos de aprender esquemas mentales para visualizar y comunicar las ideas. Debemos de aprender a producir, categorizar y elegir nuestras ideas. Y sobre todo, debemos de aprender a hacer y a probar.

La innovación no es para tenerle miedo. Todos hablan de innovación aunque muy pocos saben en realidad cómo hacerlo. Y aunque hablemos y hablemos de lo mismo, nada tiene sentido si no hacemos. Los innovadores no están definiendo la innovación, están innovando. No están escribiendo planes, están aprendiendo, conectando personas, probando ideas. Jamás la innovación se logra en papel. La innovación se logra con sudor. Si no hay ideas, se buscan. Si hay tantas ideas que paralizan, se empieza por ordenarlas. Otra vez, el chiste es hacer.

El camino a la innovación puede parecer abrumador y, definitivamente, puede ser un camino caótico. Pero son esas imperfecciones la que lo hacen un camino accesible a todos. Es un tema de actitud y de percepción. No hay una respuesta correcta:

  • no tenemos que entregar algo perfecto, podemos adaptarlo en el camino.
  • el riesgo es real y tenemos que asumirlo casi de forma visceral.
  • responde un propósito grande y todas las personas cuentan.
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Este es el segundo intento